Friday, February 25, 2005

El almacén de las cosas perdidas

En la calle Pedernera había un almacén en el que se vendían objetos
perdidos. Con el mayor apuro habrá que decir que únicamente podía
comprarlos la persona que los había extraviado. Esta restricción, lejos de ser
un estorbo para los comerciantes, constituía el secreto de su
prosperidad. Una foto, una muñeca, una carta, una bolita o un dibujo infantil
costaban pequeñas fortunas.
El poeta Jorge Allen visitó algunas veces el negocio buscando una vieja
camiseta de fútbol. No tuvo suerte. Los dueños le informaron
amablemente que ellos sólo vendían una pequeña parte de las cosas perdidas.
-En verdad, la mayoría de los objetos se pierden para siempre -
confesaron.
-Es preferible que así sea - explicaba el cajero -. Un mundo en el que
nada se perdiera sería un mundo sin amor y sin arte.
Ciertos maledicientes pensaban que el comercio no era sino un refugio
de ladrones y reducidores, acusación que nunca fue comprobada.
Un día, los dueños vendieron el almacén a unas personas que juraban
haberlo perdido. Ahora funciona allí una pizzería.


Alejandro Dolina, Crónicas del Ángel Gris

Luego de leer este delicioso fragmento, me puse a pensar -sí, lo hago a veces- en qué cosas iría a buscar a semejante almacén. Creo que más que objetos buscaría momentos, de los cuales he perdido varios detalles, para volver a vivirlos con la intensidad de la niñez. Aquellos más deseados -no paro de hablar de deseos últimamente, qué me ocurre?- serían los que me llevarían al momento en que canté en el coro de mi escuela primaria, sí que disfrutaba eso! Luego nunca más me dejaron cantar, entre otras razones porque lo hago muy mal! Snif. Ahora sólo lo hago en la ducha o tengo que soportar los "Shhhhh!!!!" de los desalmados desalentadores de cantantes en vías de desarrollo. UFA!

Bueno, esto ha sido todo por hoy. Sólo quería quejarme un rato.
Saludos a los que pasen!

Monday, February 21, 2005

Deseos de cumpleaños

A raíz de haber festejado mi cumpleaños no hace mucho, he tenido que reflexionar ávidamente con respecto a los deseos a pedir al momento de soplar las velitas de la torta, y me he encontrado inmersa en un dilema existencial -siempre refiriéndome a mi pequeña existencia, por supuesto-: ¿qué podía desear? ¿podía desear lo imposible, puesto que nadie iba a enterarse? ¿por qué no podía insistir con los deseos que desde el año pasado no se habían cumplido? ¿por qué no puedo desprenderme de los deseos pasados, que no se cumplieron pero deben ser puestos en el olvido?
Y ahí me encontré, soplando las velitas, observando a cada uno de mis invitados, deseando deseos que no se pueden decir ni a la almohada, pero que me hicieron sentir, una vez más, que siempre habrá ambiciones y esperanzas, pequeños y grandes deseos que, si no estuvieran en nuestras almas... ¿qué demonios movería al mundo?
Hoy, después de mucho reflexionar sin sentido -porque, por supuesto, lo supe desde un principio- mi mayor deseo es ser domesticada. ¿Qué demonios quiero decir con eso? ¿Es que me he vuelto loca? ¿No es que siempre he estado loca?
Como siempre, voy a dejar que alguien explique esto mucho mejor que yo podría hacerlo: -en este caso, un zorro-

"-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
-¿Qué significa "domesticar"?
(...)
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos..."
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en
el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
(...)
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo.
He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
(...)

-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo."

Fragmento de "El Principito", de Antoine de Saint-Exupéry

Thursday, February 17, 2005

Feliz cumpleaños a mí

El 15 de febrero he festejado un año más de vida, y cada vez que ocurre siento que debo reflexionar respecto de la vida y sus contingencias. Pero como tengo la cabeza quemada de tanto estudiar... ¡voy a dejar que Marguerite Yourcenar lo haga por mí! Pavada de reemplazante! jajaja

Disfrútenlo!

PD: Este post esté dedicado a mi querido Deckard (Espero hayas tenido el mejor de los cumpleaños!!! –luego me cuentas los deseos que pediste-)


“La vida era para mí un caballo a cuyos movimientos nos plegamos, pero sólo después de haberlo adiestrado. Como en definitiva todo es una decisión del espíritu, aunque lenta e insensible, que entraña asimismo la adhesión del cuerpo, me esforzaba por alcanzar gradualmente ese estado de libertad –o de sumisión- casi puro.
Pero el mayor rigor lo apliqué a la libertad de aquiescencia, la más ardua de todas. Asumí mi estado y mi condición; en mis años de dependencia, la sujeción perdía lo que pudiera tener de amargo o aun de indigno, si aceptaba ver en ella un ejercicio útil. Elegía lo que tenía, exigiéndome tan sólo tenerlo totalmente y saborearlo lo mejor posible. Los trabajos más tediosos se cumplían sin esfuerzo a poco que me apasionara por ellos. Tan pronto un objeto me repugnaba, lo convertía en tema de estudio, forzándome hábilmente a extraer de él un motivo de alegría. Frente a un suceso imprevisto o casi desesperado, una emboscada o una tempestad en el mar, una vez adoptadas todas las medidas concernientes a los demás, me consagraba a festejar el azar, a gozar de lo que me traía de inesperado; la emboscada o la tormenta se integraban sin esfuerzo en mis planes o en mis ensueños. Aun en la hora de mi peor desastre, he visto llegar el momento en que el agotamiento lo privaba de una parte de su horror, en que yo lo hacía mío al aceptarlo. Y en esta forma, con una mezcla de reserva y audacia, de sometimiento y rebelión cuidadosamente concertados, de exigencia extrema y prudentes concesiones, he llegado finalmente a aceptarme a mí mismo.”

Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano